jueves, 27 de enero de 2011

La niebla


Tengo miedo de que al salir de esta interminable niebla esté esperando oscura la tarde. Tengo miedo de que el silencio que tanto me asusta a través de esta nube densa, blanda y sucia, se disuelva en el claxon de un automóvil de faros amarillentos.
De nuevo me refugiaré en el ladrido de los perros, porque al menos es la constatación de que otros tienen el mismo miedo, de que no estoy solo. El perro advierte de algo, aunque su voz no sea escuchada por nadie. Todo cambia a nuestro alrededor y nadie se inmuta, como si todo fuese correctamente comprensible y normal.
Pero el ladrido violento de los coches de faros amarillos sigue insistiendo en ser una señal de que más adelante hay una tarde oscura y lenta.
Otro día más que camino abrigado y protegido, consumiendo la angustia que me da la vida.

jueves, 20 de enero de 2011

No queda tanto tiempo


Luis está gordo, es un chico gordo, y a su edad eso no se permite. Camina rápido mientras va desandando su ruta hacia el instituto. Va a decir que ha olvidado algo. No ha olvidado nada, lo sabe todo el mundo. Es solo que hoy tampoco se atreve a entrar en la clase, a salir al patio.
En casa está tranquilo, pero no está feliz.
Su madre que lo besa, que lo abraza, que lo acaricia, que lo quiere. Pero no se puede vivir solo con el amor de una madre. Se necesita también no ser mirado, no ser comentado.
Luis ha pensado muchas veces cómo será la vida de los que no están gordos. Y llora hoy también mientras vuelve a su casa con sentimiento de derrota y fracaso porque no ha podido entrar en la clase o salir al patio.
Mientras cruza el puente, el alto puente de diseño tan moderno, mira la lámina del agua como si lo estuviera esperando. La oye pasar y mira cómo boquea en cada onda diciendo su nombre.
En su casa, su madre le pregunta y él dice que ha olvidado el trabajo que hizo ayer.
El recuerdo del río pasando pesa sobre su alma gorda. Necesita esperar para poder ser libre. Y necesita ser libre para poder esperar algo distinto.
Y él cree que no tiene tanto tiempo.

viernes, 14 de enero de 2011

Este lado de la tarde


A este lado de la tarde ya queda muy poca gente. Solo pasan carreros con su carga de cansancio y de miradas huecas. Desde esta hora no se oye el monótono vaivén del rompeolas; las orillas del mar están, en cambio, bien llenas de alegría.
Desde aquí, a la luz neblinosa de este barrio, hago esfuerzos por recorrer el camino de salida y encontrarme con vosotros, salir a la arboleda clara.
Desde aquí, sin embargo, ¿quién sabría decir lo que mide el vuelo de los pájaros, lo que tarda en apagarse la sonrisa del bebé, cuánta pesa la vida que lleva a cuestas el arroyo?
Los pocos que quedamos a este lado, en esta tarde interminable, acunaremos nuestro sueño con la esperanza de ver -mañana- nuevos carteles a todo color que nos lleven a nuevas ilusiones. Aunque nunca se cumplan. Aunque se cumplan.

sábado, 8 de enero de 2011

Corazón de piedra

¿Qué más necesito para darme cuenta? Todo está diáfano, nada puede ya ocultar el resultado final de todo esto. Y sin embargo, espero. Como he esperado siempre, pensando que cada día, cada año, estaba en mitad de un largo camino. Pensando como he pensado siempre que más adelante llegará aquello que estoy esperando.
Nada debo esperar, sino esto que tengo delante. No seré más rico ni soy ahora más pobre que en ningún momento de mi vida. La riqueza se lleva dentro y no se ve.
(Solo las estatuas de las ciudades miran con ojos estúpidos un mundo que no es el suyo y se preguntan qué hacen allí, por qué las obligan a contemplar un día y otro lo que no quieren ver, la sucesión de tipos que no entienden. Esas estatuas, seres con y sin vida que viven pero muertos ya, ya no esperan. Saben que no habrá nada distinto ni mejor para ellas.)
Extraño mecanismo de engaño este que nos hace pensar que el futuro es lo que importa, despreciando el presente.
Hoy es cuando quiero vivir, no mañana. Y para eso debo conformarme con lo que tengo, no debo esperar más, creyendo vanamente que sólo podré vivir del todo cuando lo tenga todo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Yo soy el perro de esta tarde.


Yo soy el perro que ve cómo se alejan todos y ninguno se detiene para verlo. Se fuga la tarde después de dejarnos su triste y melancólico vestido de lluvia. La carretera no tiene final y el punto de partida es aquí mismo. Camina.

domingo, 2 de enero de 2011

Tú, que nunca has carecido de nada




Los pasos de tus botas comparten con el silencio de la calle un momento de recuerdos. Subes una calle mal iluminada y encharcada por la lluvia. De lejos ves lo que fue un cine y es una discoteca. Sales a calles con más caminantes, con más luces. Saludas al viejo edificio de Correos y más arriba te mira de reojo un caballero con los ojos vendados. Entras por fin en el bar que vas buscando y con los olores y los colores que te dan la bienvenida te alcanza un puño invisible que te estruja el corazón. Una telaraña fría. Te estruja el corazón y su zumo, en forma de lágrimas, quiere salir por tus ojos.
Pero no dejas que eso pase. Tragas saliva. Bebes la cerveza. Tú solo, igual que hace más de veinte años, cuando era también Nochebuena y querías saber cómo se sentirían los marinos que pasan la Navidad a miles de millas de sus padres.
Tú, que nunca has carecido de nada.

sábado, 1 de enero de 2011

Sueños: En el desierto




Yo viajo en un tren, pero el tren circula sobre la arena de un desierto muy montañoso, sin raíles. Por eso, los baches que encuentra producen permanentemente saltos sobre los asientos a los viajeros. Yo estoy en un vagón grande, con unos cien asientos, todos ocupados. Mis compañeros de viaje están en silencio.
A mi lado, una señora vieja me va contando cosas sobre su pueblo, sobre su familia. Yo miro por la ventana y veo una o dos personas que nos quieren avisar de algo. Le digo a la señora que se calle, así que ella se enfada y llama al revisor para que me amoneste o me expulse. Pero mi preocupación es otra: ya no son una o dos personas, sino grupos numerosos de personas los que nos quieren avisar del grave peligro que no consigo comprender.
El revisor, vestido como un árbitro de fútbol, me pregunta que si he comido suficiente. Yo le quiero advertir de que estamos en peligro, pero como debo contestarle sobre mi comida y no recuerdo nada, no puedo decirle nada. Por la ventana entra un chico negro gritando que el tren está entrando en zona de peligro. El revisor-árbitro me dice que cierre la ventana, que no haga caso. Me susurra en el oído: "Son locos que no beben durante semanas y dicen locuras".
El tren comienza a flotar, ahora viajamos sobre las aguas de un enorme lago. La señora vieja es ahora mi amiga Pilar que me coge la mano y me dice: "Lo mismo me pasó en Londres".
El revisor le dice: "Es que estamos llegando ya a Londres, señora". Yo miro por la ventana y veo que el paisaje es ahora urbano. Confirmo a Pilar que estamos en Londres. Pero ella está llorando.
Le digo que voy a buscar algo a la cafetería antes de que lleguemos a la estación. Me levanto, me voy y, con una leve sensación de culpa, salgo del tren en marcha abandonando a mi amiga y pensando que yo no puedo hacer nada por ella ni por el tren.