viernes, 25 de febrero de 2011

Lo más profundo de esta mañana

Si bajas hasta aquí, hasta lo más profundo de esta mañana, cuídate de traer bien planeada la huida. Aquí, donde el amanecer cada vez más luminoso no se atreve a entrar, aquí voy paseando, sin tener decidido ni cuánto tiempo más estaré ni a dónde llegaré.
Pero si vienes hasta aquí, hasta la parte honda del día, donde llegan apenas los rumores de todas las conversaciones de los otros, búscame y hazme señas. Como los barcos que se cruzan en alta mar, nos daremos los datos y nos preguntaremos si va todo bien. Puede que ni siquiera nos veamos: aquí, desde luego, hay muy poquita luz. Pero los pasos resuenan marcando el ritmo del tiempo.
En mi casa, por la tarde, dibujaré en mi memoria el instante en que pasamos juntos por el mismo lugar. Esta tarde diré, frente al espejo de las páginas, tu nombre, tu cara, tu mirada, tu manera de hablar.
Esta tarde estaré otra vez contigo y cruzaré contigo el tiempo del invierno.

domingo, 13 de febrero de 2011

Por ejemplo, Marta


A veces me despido de mí, me dejo salir y me miro irme. A veces incluso me veo con extraño regocijo cómo entro en la corriente del río y me dejo llevar por ella río abajo sin que yo, parado en la orilla, intente siquiera detenerme.
Esas veces, cuando soy yo quien baja por el río, como no quiero volver a ver a nadie, no me agarro de nada, no quiero quedarme en ningún sitio, no quiero aprender nada, conocer nada.
¡Tantas veces me quedo mirando la pared, sin ver lo que pasa a mi lado! Me canso. Me canso de estar, de ser, de ver, de oír. Me aburro de todos los otros empezando por mí.
¿Tristeza? No lo creo: solamente cansancio. Sé que vendrá otro día. Pero en esos momentos, me dejo descender por tobogán que no acaba. Que nadie venga conmigo.
Entonces viene alguien, Marta, por ejemplo. Y con solo escuchar su sonrisa y tocar su alegría, vuelvo a remontar solo el suave tobogán, y vuelvo río arriba. Me reconozco y me susurro que no era para tanto, que vale aún la pena trabajar por el día, esperar un minuto de dicha.
Entonces me acuerdo de los versos de la canción de Brassens:
Quand on n'est mieux ici qu'ailleurs
quand un amí fait le bonheur
Quel est belle la liberté!
La liberté!

Canción:

miércoles, 9 de febrero de 2011

Vuelvo vencido

A la luz del amanecer, en este camino cuyo destino ignoro, he visto lanzar piedras sobre los campos baldíos. He seguido adelante. Tropezando con mis propios pies, he caminado casi a tientas. He visto también castigar por no haber conseguido algo que sí se había conseguido. He visto hombres que escogen el absurdo como viático.
Pero, convencido de que debía llegar, he seguido. Nunca cambia la luz del amanecer. Siempre es esta hora cuando por dentro llevas la ilusión del viaje. Mirando atrás, he visto pueblos preñados de orgullosos paisanos que desprecian cuanto queda detrás de sus tapias bien enjalbegadas, que se sienten heridos cuando el vecino disfruta. Y al volver a mirar hacia delante he escuchado el insulto de quien no me conoce y me expulsa de su casa.
Vencido por todos ellos, vuelvo a casa. La guerra ha terminado. La derrota es amarga, pero el regreso es dulce.
Atrás se queda el campo sembrado de cadáveres de vencedores y vencidos.

domingo, 6 de febrero de 2011

El fuego

Subidos en el tren subterráneo que cruza la ciudad, nos miramos intentando que nuestros ojos no se crucen. Cada uno analiza a los demás y los clasifica en su orden de cosas, adivinando su vida, sus parientes, su infancia, sus tormentos y sus felicidades. En cada parada sube gente nueva; nuevas ocasiones de ejercitar nuestras miradas.
Nunca cruces tu mirada con la mía: ese es el juego. Si nos vemos las miradas habremos establecido una comunicación y eso está prohibido.
Cuando el vagón sube y sale al aire en su trayecto de hormiga obediente, todos respiramos y sacamos fuera también nuestra mirada. Las manos dejan de sudar, las conversaciones -si hubo alguna- se animan, el corazón olvida su tensión. Ahora parece que nadie tiene ya problemas, que todos son moderadamente felices.
Pero tú, con tu pozo de recuerdos, sigues esperando tu parada para poder abandonar ese silencio eterno del vagón. Tu espera se hace larga. Solo quieres llegar, dejar de verlos, dejar de mirar sus ojos huidizos.
Fuera te espera el fuego. Te espera el fuego. El recuerdo del fuego te atrapa la atención, igual que las llamas te atrapan la mirada sin dejar que veas ninguna otra cosa. Es agradable pensar en el fuego, igual que lo es mirarlo.
El tren llega a tu parada. Al bajar no sabes encontrar la fuerza para mirar a los que se quedan allí.