Pero, convencido de que debía llegar, he seguido. Nunca cambia la luz del amanecer. Siempre es esta hora cuando por dentro llevas la ilusión del viaje. Mirando atrás, he visto pueblos preñados de orgullosos paisanos que desprecian cuanto queda detrás de sus tapias bien enjalbegadas, que se sienten heridos cuando el vecino disfruta. Y al volver a mirar hacia delante he escuchado el insulto de quien no me conoce y me expulsa de su casa.
Vencido por todos ellos, vuelvo a casa. La guerra ha terminado. La derrota es amarga, pero el regreso es dulce.
Atrás se queda el campo sembrado de cadáveres de vencedores y vencidos.
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