viernes, 22 de abril de 2011

Miedo

Miedo es un niño. Durante las fiestas, ha ido con sus padres a subirse a las atracciones. Hay, como siempre, mucha gente, mucho ruido, y ya se ha hecho de noche. Ha querido subir a un carrusel de coches, que dura extraordinariamente más que el resto de los aparatos. Al terminar, cuando se detiene la fila absurda de autos, tanques y lanchas, el niño se baja y espera que sus padres lo recojan. Pero sus padres no acuden. Espera mientras siente un punto de angustia, mira a todas las caras que se afanan por encontrar un lugar donde sentarse en algún coche. El niño susurra: "Papá..." Mira a todas partes, pero sus padres no están. Comienza la nueva vuelta y él interpreta que el plazo prudente de espera ya se ha agotado. Tiene mucho miedo. De repente, se acumulan ante él todos los peligros que pueden amenazar a un niño solo. Ni una mano amiga, ni una sonrisa, nadie se fija en él, a nadie le importa. Por primera vez en su vida siente que nadie se ocupará de él. El olor blando del algodón de azúcar, los gritos de estampida, las luces aterradas.

Miedo es sentarse ante el médico. Mira inexpresivamente los análisis, el papel que tiene el nombre en la cabecera. Tarda deliberadamente en dar su diagnóstico. Nunca mira a los ojos del paciente, busca abrigo en otros lugares de la consulta. Sin despegar los labios, busca algo en la pantalla del ordenador, mira en un libro, abre un cajón de la mesa, no está, abre otro cajón, tampoco. Debe levantarse. Sin despegar los labios. Al fin encuentra un papel, lo repasa y se asegura, lo pone encima de la mesa, se arrellana en el sillón y se dispone a hablar.

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