sábado, 5 de noviembre de 2011

Nómadas

Cambiar de casa cada poco tiempo. Cambiar de casa cada poco tiempo. Cambiar de casa cada poco tiempo.
Cambiar el canto de los pájaros que oigo. Cambiar de orientación la mirada y los gestos. Cambiar de camino para llegar a un sitio. Cambiar la distancia entre la mañana y la noche. Cambiar el humor cada día de cada estación. Bajar del tren a medio camino y coger el siguiente. Cambiar de emociones. Cambiar de opinión ante un plato de comida. Vivir la inestabilidad de cambiar siempre. No tener más certezas que mis dudas. Ignorar todo lo que he aprendido. Desgranar los objetos de un cajón cerrado y extenderlos sobre la mesa cerca del cubo de la basura. Cambiar la orientación de las puertas, salir por las entradas, entrar por las salidas. Mirar hoy a los ojos, mañana al sexo. Pasado mañana mirar la espalda de los que se alejan.
Insultar a las aves. Ver el atardecer pensando en el nuevo día. Ser amistoso aquí, hostil cuando la puerta se ha abierto. Elogiar y vituperar a los mismos corazones.
Solo así podré cambiar de casa cada poco tiempo. Cambiar de casa cada poco tiempo. Cambiar de casa cada poco tiempo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Brilla, pequeño héroe


Sopla las velas de una tarta otra vez.
La tarde tan gris te cubre protectora,
no llegarán a herirte las miradas
que tú sentías amenazadoras.
No temas, ya no eres un niño,
ya no confundes miedo con peligro.

Hace tiempo que el agua de tu vida recorre
una tierra tras otra, como un río sin mar,
loco, infeliz, no sabe adónde marcha.
Te llaman de mil sitios, no sabes dónde están.
No pierdas la sonrisa en el camino,
los vencejos no saben su destino.

Vueltas y vueltas y más vueltas al cauce.
Nos protege la tarde, pero qué triste está...
No sabrán hoy los vencejos su ruta,
y seguirán volando, ciegos de no llegar.
No temas, aquí no hay peligros:
ellos te llevan donde han decidido.

martes, 28 de junio de 2011

Dentro de los hogares

Ya es tarde. Otro día pasan a mi lado
cientos o miles de hombres y mujeres,
con su mirar cansado muchos de ellos; otros no,
otros dejan brillar una sonrisa de satisfacción
porque llega el descanso.
Unos van solos, quizá caminan tristes,
su ropa lleva dentro el olor del trabajo, el color de la pena.
Algunos se sonríen como si recordaran
o como si rumiaran los versos de cierta canción.
Hay grupos también, de dos, de tres que charlan,
se proponen quedar o terminar el día a sorbos de cerveza.
Y cuando ya no queda nadie por la calle,
me pregunto hoy también qué guardan los hogares.
Detrás de la puerta, descansando ya, todos aquellos
hombres, todas estas mujeres que he visto pasar,
comienzan otra vida, otra naturaleza.

¿Qué hay tras tantas puertas? ¿Qué guardan
las casas? ¿Cómo es la vida ahí dentro?
Dentro de cada casa, la vida se sincera, se hace de verdad.
Ahí no valen máscaras, no se oyen eufemismos,
ni "lo siento mucho", ni "¿podría...?", ni "si es usted tan amable".
Dentro de cada casa el sufrimiento es solo sufrimiento,
el amor es amor y el odio es odio dentro de una casa.
El tedio pinta las paredes o la ilusión da gusto a la comida.

Mañana por la calle veré otra vez a cientos
o miles de mujeres, de hombres. Y todos serán míos,
y ocuparán mi corazón. Pero luego, en sus casas,
serán aún más míos y poblarán mi sueño.

lunes, 2 de mayo de 2011

Subir una escalera

Hay quien quiere subir una escalera durante toda la vida. Al abrir los ojos ven un peldaño. Cada día es un peldaño y hay que subirlo. Quedarse parados en una altura es rendirse, acomodarse, perder. Bajar es un fracaso, pues para ellos solo podemos subir. En la vida solo tiene sentido subir los peldaños.
Desde un escalón más alto vemos detrás, allá abajo, a todos los que salieron con nosotros y que no han podido llegar aquí. Somos mejores. La vida es un ascenso y vive mejor quien más asciende, quien tiene más seguridad de no caer, de no quedarse, de no retroceder.
Se planta un pie en el escalón y ya no se puede parar. Al final está la recompensa, a juzgar por lo que vamos viendo. En cada nueva altura se respira mejor, se vive más, se vive mejor. ¿Cómo pudimos aguantar el tiempo que estuvimos en el nivel inferior? Ahora parece tan inhóspito...
En el último escalón está la recompensa.
Sigue subiendo.

viernes, 22 de abril de 2011

Miedo

Miedo es un niño. Durante las fiestas, ha ido con sus padres a subirse a las atracciones. Hay, como siempre, mucha gente, mucho ruido, y ya se ha hecho de noche. Ha querido subir a un carrusel de coches, que dura extraordinariamente más que el resto de los aparatos. Al terminar, cuando se detiene la fila absurda de autos, tanques y lanchas, el niño se baja y espera que sus padres lo recojan. Pero sus padres no acuden. Espera mientras siente un punto de angustia, mira a todas las caras que se afanan por encontrar un lugar donde sentarse en algún coche. El niño susurra: "Papá..." Mira a todas partes, pero sus padres no están. Comienza la nueva vuelta y él interpreta que el plazo prudente de espera ya se ha agotado. Tiene mucho miedo. De repente, se acumulan ante él todos los peligros que pueden amenazar a un niño solo. Ni una mano amiga, ni una sonrisa, nadie se fija en él, a nadie le importa. Por primera vez en su vida siente que nadie se ocupará de él. El olor blando del algodón de azúcar, los gritos de estampida, las luces aterradas.

Miedo es sentarse ante el médico. Mira inexpresivamente los análisis, el papel que tiene el nombre en la cabecera. Tarda deliberadamente en dar su diagnóstico. Nunca mira a los ojos del paciente, busca abrigo en otros lugares de la consulta. Sin despegar los labios, busca algo en la pantalla del ordenador, mira en un libro, abre un cajón de la mesa, no está, abre otro cajón, tampoco. Debe levantarse. Sin despegar los labios. Al fin encuentra un papel, lo repasa y se asegura, lo pone encima de la mesa, se arrellana en el sillón y se dispone a hablar.

jueves, 31 de marzo de 2011

Aquí comienza todo

En esta parte del mundo ha empezado todo. Varias personas siguen estáticas haciendo cola, esperando a llegar al lugar en el que les dirán qué están esperando. Otros pasan cerca de ellos, cada uno a lo suyo, sin saludarse, sin conocerse. Unos niños han estado antes aquí, jugaban con dos palos a la guerra, ignoraban a los que hacían la cola. La cola ha avanzado un puesto.
En esta parte del mundo ha tenido comienzo todo lo que he visto, todo lo que hay. Desde aquí me he ido alejando por calles conocidas o desconocidas, entrando en bares sórdidos, finos, elegantes, tristes, viejos, con olor a vida o con olor a nada. Desde aquí he salido a conocer a otras personas que también hacían cola, que esperaban la información necesaria para continuar.
Yo he esperado también mi porción de información, mi recado con las instrucciones necesarias. En la ventanilla me dijeron lo que estaba esperando. Lo que tenía que esperar. De allí me fui con los otros de mi fila a otro lugar. Al menos sabíamos lo que buscábamos. Pero al poco tiempo, apenas unos minutos, una hora quizá, nos fuimos organizando en otra cola, una nueva fila que salía de otra puerta. Esperábamos nuestro turno con paciencia, sin hablar, sin comentar nada.
Al final, después de todos estos años, he vuelto a llegar aquí, donde todo comenzó. Estoy en una nueva cola, esperando como un niño, con la ilusión de un niño. Todo ha vuelto a comenzar. Aquí.

jueves, 17 de marzo de 2011

Vuelo de pájaro

Ahora que el amanecer nos deja ver la primera punta del sol anaranjado, echo a volar. Desde aquí veo el mundo de los hombres, sigo su velocidad, su parsimonia, su paciencia y su prisa. Me acerco y los oigo preocupados hablarse de problemas que no llego a comprender, los oigo entusiasmados contarse felices aventuras que no puedo imaginar.
Vuelo sin ellos, porque ellos no me miran. Pero yo, solo yo, no puedo abandonar su compañía. Espero ansioso al sol para volar, volar, volar. Y verlos y notar que siguen ahí abajo. O posarme en un sitio escondido para espiar de cerca el latido de su pecho, la humedad de sus lágrimas, el calor de su pasión.
Sin cansarme jamás, miro sus pasos, vuelo inadvertido entre el olor de sus pasos. Me gusta oír sus voces contándose afanes, ambiciones, anhelos, envidias, odios, desánimos. En su mirada mido su hambre. En su prisa compruebo su deseo. En sus uñas descubro su cansancio.
Nunca me canso de nacer entre los hombres.

viernes, 25 de febrero de 2011

Lo más profundo de esta mañana

Si bajas hasta aquí, hasta lo más profundo de esta mañana, cuídate de traer bien planeada la huida. Aquí, donde el amanecer cada vez más luminoso no se atreve a entrar, aquí voy paseando, sin tener decidido ni cuánto tiempo más estaré ni a dónde llegaré.
Pero si vienes hasta aquí, hasta la parte honda del día, donde llegan apenas los rumores de todas las conversaciones de los otros, búscame y hazme señas. Como los barcos que se cruzan en alta mar, nos daremos los datos y nos preguntaremos si va todo bien. Puede que ni siquiera nos veamos: aquí, desde luego, hay muy poquita luz. Pero los pasos resuenan marcando el ritmo del tiempo.
En mi casa, por la tarde, dibujaré en mi memoria el instante en que pasamos juntos por el mismo lugar. Esta tarde diré, frente al espejo de las páginas, tu nombre, tu cara, tu mirada, tu manera de hablar.
Esta tarde estaré otra vez contigo y cruzaré contigo el tiempo del invierno.

domingo, 13 de febrero de 2011

Por ejemplo, Marta


A veces me despido de mí, me dejo salir y me miro irme. A veces incluso me veo con extraño regocijo cómo entro en la corriente del río y me dejo llevar por ella río abajo sin que yo, parado en la orilla, intente siquiera detenerme.
Esas veces, cuando soy yo quien baja por el río, como no quiero volver a ver a nadie, no me agarro de nada, no quiero quedarme en ningún sitio, no quiero aprender nada, conocer nada.
¡Tantas veces me quedo mirando la pared, sin ver lo que pasa a mi lado! Me canso. Me canso de estar, de ser, de ver, de oír. Me aburro de todos los otros empezando por mí.
¿Tristeza? No lo creo: solamente cansancio. Sé que vendrá otro día. Pero en esos momentos, me dejo descender por tobogán que no acaba. Que nadie venga conmigo.
Entonces viene alguien, Marta, por ejemplo. Y con solo escuchar su sonrisa y tocar su alegría, vuelvo a remontar solo el suave tobogán, y vuelvo río arriba. Me reconozco y me susurro que no era para tanto, que vale aún la pena trabajar por el día, esperar un minuto de dicha.
Entonces me acuerdo de los versos de la canción de Brassens:
Quand on n'est mieux ici qu'ailleurs
quand un amí fait le bonheur
Quel est belle la liberté!
La liberté!

Canción:

miércoles, 9 de febrero de 2011

Vuelvo vencido

A la luz del amanecer, en este camino cuyo destino ignoro, he visto lanzar piedras sobre los campos baldíos. He seguido adelante. Tropezando con mis propios pies, he caminado casi a tientas. He visto también castigar por no haber conseguido algo que sí se había conseguido. He visto hombres que escogen el absurdo como viático.
Pero, convencido de que debía llegar, he seguido. Nunca cambia la luz del amanecer. Siempre es esta hora cuando por dentro llevas la ilusión del viaje. Mirando atrás, he visto pueblos preñados de orgullosos paisanos que desprecian cuanto queda detrás de sus tapias bien enjalbegadas, que se sienten heridos cuando el vecino disfruta. Y al volver a mirar hacia delante he escuchado el insulto de quien no me conoce y me expulsa de su casa.
Vencido por todos ellos, vuelvo a casa. La guerra ha terminado. La derrota es amarga, pero el regreso es dulce.
Atrás se queda el campo sembrado de cadáveres de vencedores y vencidos.

domingo, 6 de febrero de 2011

El fuego

Subidos en el tren subterráneo que cruza la ciudad, nos miramos intentando que nuestros ojos no se crucen. Cada uno analiza a los demás y los clasifica en su orden de cosas, adivinando su vida, sus parientes, su infancia, sus tormentos y sus felicidades. En cada parada sube gente nueva; nuevas ocasiones de ejercitar nuestras miradas.
Nunca cruces tu mirada con la mía: ese es el juego. Si nos vemos las miradas habremos establecido una comunicación y eso está prohibido.
Cuando el vagón sube y sale al aire en su trayecto de hormiga obediente, todos respiramos y sacamos fuera también nuestra mirada. Las manos dejan de sudar, las conversaciones -si hubo alguna- se animan, el corazón olvida su tensión. Ahora parece que nadie tiene ya problemas, que todos son moderadamente felices.
Pero tú, con tu pozo de recuerdos, sigues esperando tu parada para poder abandonar ese silencio eterno del vagón. Tu espera se hace larga. Solo quieres llegar, dejar de verlos, dejar de mirar sus ojos huidizos.
Fuera te espera el fuego. Te espera el fuego. El recuerdo del fuego te atrapa la atención, igual que las llamas te atrapan la mirada sin dejar que veas ninguna otra cosa. Es agradable pensar en el fuego, igual que lo es mirarlo.
El tren llega a tu parada. Al bajar no sabes encontrar la fuerza para mirar a los que se quedan allí.

jueves, 27 de enero de 2011

La niebla


Tengo miedo de que al salir de esta interminable niebla esté esperando oscura la tarde. Tengo miedo de que el silencio que tanto me asusta a través de esta nube densa, blanda y sucia, se disuelva en el claxon de un automóvil de faros amarillentos.
De nuevo me refugiaré en el ladrido de los perros, porque al menos es la constatación de que otros tienen el mismo miedo, de que no estoy solo. El perro advierte de algo, aunque su voz no sea escuchada por nadie. Todo cambia a nuestro alrededor y nadie se inmuta, como si todo fuese correctamente comprensible y normal.
Pero el ladrido violento de los coches de faros amarillos sigue insistiendo en ser una señal de que más adelante hay una tarde oscura y lenta.
Otro día más que camino abrigado y protegido, consumiendo la angustia que me da la vida.

jueves, 20 de enero de 2011

No queda tanto tiempo


Luis está gordo, es un chico gordo, y a su edad eso no se permite. Camina rápido mientras va desandando su ruta hacia el instituto. Va a decir que ha olvidado algo. No ha olvidado nada, lo sabe todo el mundo. Es solo que hoy tampoco se atreve a entrar en la clase, a salir al patio.
En casa está tranquilo, pero no está feliz.
Su madre que lo besa, que lo abraza, que lo acaricia, que lo quiere. Pero no se puede vivir solo con el amor de una madre. Se necesita también no ser mirado, no ser comentado.
Luis ha pensado muchas veces cómo será la vida de los que no están gordos. Y llora hoy también mientras vuelve a su casa con sentimiento de derrota y fracaso porque no ha podido entrar en la clase o salir al patio.
Mientras cruza el puente, el alto puente de diseño tan moderno, mira la lámina del agua como si lo estuviera esperando. La oye pasar y mira cómo boquea en cada onda diciendo su nombre.
En su casa, su madre le pregunta y él dice que ha olvidado el trabajo que hizo ayer.
El recuerdo del río pasando pesa sobre su alma gorda. Necesita esperar para poder ser libre. Y necesita ser libre para poder esperar algo distinto.
Y él cree que no tiene tanto tiempo.

viernes, 14 de enero de 2011

Este lado de la tarde


A este lado de la tarde ya queda muy poca gente. Solo pasan carreros con su carga de cansancio y de miradas huecas. Desde esta hora no se oye el monótono vaivén del rompeolas; las orillas del mar están, en cambio, bien llenas de alegría.
Desde aquí, a la luz neblinosa de este barrio, hago esfuerzos por recorrer el camino de salida y encontrarme con vosotros, salir a la arboleda clara.
Desde aquí, sin embargo, ¿quién sabría decir lo que mide el vuelo de los pájaros, lo que tarda en apagarse la sonrisa del bebé, cuánta pesa la vida que lleva a cuestas el arroyo?
Los pocos que quedamos a este lado, en esta tarde interminable, acunaremos nuestro sueño con la esperanza de ver -mañana- nuevos carteles a todo color que nos lleven a nuevas ilusiones. Aunque nunca se cumplan. Aunque se cumplan.

sábado, 8 de enero de 2011

Corazón de piedra

¿Qué más necesito para darme cuenta? Todo está diáfano, nada puede ya ocultar el resultado final de todo esto. Y sin embargo, espero. Como he esperado siempre, pensando que cada día, cada año, estaba en mitad de un largo camino. Pensando como he pensado siempre que más adelante llegará aquello que estoy esperando.
Nada debo esperar, sino esto que tengo delante. No seré más rico ni soy ahora más pobre que en ningún momento de mi vida. La riqueza se lleva dentro y no se ve.
(Solo las estatuas de las ciudades miran con ojos estúpidos un mundo que no es el suyo y se preguntan qué hacen allí, por qué las obligan a contemplar un día y otro lo que no quieren ver, la sucesión de tipos que no entienden. Esas estatuas, seres con y sin vida que viven pero muertos ya, ya no esperan. Saben que no habrá nada distinto ni mejor para ellas.)
Extraño mecanismo de engaño este que nos hace pensar que el futuro es lo que importa, despreciando el presente.
Hoy es cuando quiero vivir, no mañana. Y para eso debo conformarme con lo que tengo, no debo esperar más, creyendo vanamente que sólo podré vivir del todo cuando lo tenga todo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Yo soy el perro de esta tarde.


Yo soy el perro que ve cómo se alejan todos y ninguno se detiene para verlo. Se fuga la tarde después de dejarnos su triste y melancólico vestido de lluvia. La carretera no tiene final y el punto de partida es aquí mismo. Camina.

domingo, 2 de enero de 2011

Tú, que nunca has carecido de nada




Los pasos de tus botas comparten con el silencio de la calle un momento de recuerdos. Subes una calle mal iluminada y encharcada por la lluvia. De lejos ves lo que fue un cine y es una discoteca. Sales a calles con más caminantes, con más luces. Saludas al viejo edificio de Correos y más arriba te mira de reojo un caballero con los ojos vendados. Entras por fin en el bar que vas buscando y con los olores y los colores que te dan la bienvenida te alcanza un puño invisible que te estruja el corazón. Una telaraña fría. Te estruja el corazón y su zumo, en forma de lágrimas, quiere salir por tus ojos.
Pero no dejas que eso pase. Tragas saliva. Bebes la cerveza. Tú solo, igual que hace más de veinte años, cuando era también Nochebuena y querías saber cómo se sentirían los marinos que pasan la Navidad a miles de millas de sus padres.
Tú, que nunca has carecido de nada.

sábado, 1 de enero de 2011

Sueños: En el desierto




Yo viajo en un tren, pero el tren circula sobre la arena de un desierto muy montañoso, sin raíles. Por eso, los baches que encuentra producen permanentemente saltos sobre los asientos a los viajeros. Yo estoy en un vagón grande, con unos cien asientos, todos ocupados. Mis compañeros de viaje están en silencio.
A mi lado, una señora vieja me va contando cosas sobre su pueblo, sobre su familia. Yo miro por la ventana y veo una o dos personas que nos quieren avisar de algo. Le digo a la señora que se calle, así que ella se enfada y llama al revisor para que me amoneste o me expulse. Pero mi preocupación es otra: ya no son una o dos personas, sino grupos numerosos de personas los que nos quieren avisar del grave peligro que no consigo comprender.
El revisor, vestido como un árbitro de fútbol, me pregunta que si he comido suficiente. Yo le quiero advertir de que estamos en peligro, pero como debo contestarle sobre mi comida y no recuerdo nada, no puedo decirle nada. Por la ventana entra un chico negro gritando que el tren está entrando en zona de peligro. El revisor-árbitro me dice que cierre la ventana, que no haga caso. Me susurra en el oído: "Son locos que no beben durante semanas y dicen locuras".
El tren comienza a flotar, ahora viajamos sobre las aguas de un enorme lago. La señora vieja es ahora mi amiga Pilar que me coge la mano y me dice: "Lo mismo me pasó en Londres".
El revisor le dice: "Es que estamos llegando ya a Londres, señora". Yo miro por la ventana y veo que el paisaje es ahora urbano. Confirmo a Pilar que estamos en Londres. Pero ella está llorando.
Le digo que voy a buscar algo a la cafetería antes de que lleguemos a la estación. Me levanto, me voy y, con una leve sensación de culpa, salgo del tren en marcha abandonando a mi amiga y pensando que yo no puedo hacer nada por ella ni por el tren.